ASALTO AL CUARTEL DE MONCADA EN SANTIAGO DE CUBA, PRIMERA PUESTA EN ESCENA DE FIDEL CASTRO
Los periódicos más importantes del mundo, publicados el día 27 de julio de 1953, daban la noticia que el día anterior se había producido un intento de asalto al cuartel militar de Moncada, situado en la ciudad de Santiago de Cuba, segunda población en importancia del territorio cubano, situado a considerable distancia de la Habana.
Esta asonada fue la culminación de años de revueltas contra la autoridad impuesta del dictador Fulgencio Batista y, durante ella, los soldados dieron muerte a treinta sublevados, tomando como prisioneros a unos treinta y cinco rebeldes entre los que se encontraba Fidel Castro, un conocido abogado de veintiseis años.
La isla de Cuba está conmocionada con estos hechos que pretendían ser el comienzo de una sublevación que derrocaría a Batista.
Esta es la primera puesta en escena con repercusiones internacionales de la figura de Fidel Castro, que sería un día el aclamado libertador de Cuba, para convertirse después en un dictador todopoderoso cuyo imperio ha llegado al presente.
Pero, ¿quién era Fidel Castro?.
Fidel era hijo de un emigrante gallego, natural del pueblo de Láncara, provincia de Lugo, llamado Don Ángel María Bautista Castro Arguiz y de una ex criada de la familia llamada Lina Ruz González, con la que el señor Castro se había casado en segundas nupcias.
Nació Fidel en el año 1927 en el pueblo de Mayari, en la región de Oriente, donde estaba radicada la hacienda Birán, propiedad de su padre.
Don Angel Castro llegó a ser un rico hacendado y mandó a su hijo, nacido de su segundo matrimonio, a casa de unos amigos de la familia, los Feliu que fueron sus primeros maestros.
Fidel ingresa en 1931 en el colegio de religiosos de La Salle de Santiago, donde realiza sus estudios de secundaria. Posteriormente, en 1942, asistió al célebre colegio de Belén, de la Compañía de Jesús, donde terminó el bachillerato.
Su formación era más española que cubana, tal como ocurría con todos los hijos de familias acomodadas, por ello, cuando en 1936 estalló la guerra civil en España, se produjo una dicotomía en la sociedad siboneya:
Los ricos y los que estudiaban en colegios de curas españoles como Fidel Castro Ruz, estaban de parte de Franco, pero el estado llano cubano suspiraba por la República.
En esa época de conflagración civil española fue cuando Fidel Castro se dejó fascinar por la doctrina de José Antonio Primo de Rivera: “Por la patria, el pan y la justicia”, “…Que Dios te de el descanso y a nosotros nos lo niegue hasta que podamos recoger la cosecha que siembra tu muerte…”.
Realmente la doctrina Joseantoniana era atractiva para la juventud estudiosa del momento, no sólo de España sino de toda Iberoamérica, porque llevaba aparejada un concepto bastante romántico de lo que debía ser el gobierno y el estado. La prematura muerte de José Antonio, al poco tiempo del comienzo de la guerra civil, convirtió su doctrina primero en leyenda y, después, en papel mojado.
Los símbolos falangistas creados tras el pronunciamiento del Teatro de la Comedia en Madrid dicen mucho de sus ideólogos: Camisa azul mahón, el yugo y las flechas de los Reyes Católicos y la bandera de la CNT (Confederación Nacionalista del Trabajo), anarquista roja y negra.
Franco era un golpista contra un gobierno legítimo, por esta causa, necesitaba una ideología para enmascarar su pérfida acción y justificarla ante el resto de los españoles y el mundo. Esta doctrina se la robó al Partido Falange Española por la fuerza, desnaturalizándola desde sus orígenes, para lo cual eliminó a punta de pistola a los falangistas puros, matando a los que se resistieron, reunificando después a la Falange y los Requetés o Carlistas por medio del llamado Decreto de Unificación, redactado en Salamanca el 19 de enero de 1937, en plena guerra civil, eliminando a los dirigentes de la Falange originaria o, como la llamaban sus partidarios, “La Auténtica”, sustituyendo los aspectos más importantes de su ideario y haciendo falangistas a toda una caterva de asesinos que le sirvieron muy bien para sustentar su régimen sobre el terror de toda una generación de españoles, llenando de iniquidad la obra y la memoria de un hombre que hubiera hecho mucho por España, sobre todo impedir que se convirtiera en lo que Franco quiso que fuera.
No es de extrañar, por lo tanto, que estas ideas y el trágico destino de José Antonio, casi romántico, sugestionara a toda la juventud de habla hispana y, con ella, a Fidel Castro, hombre que todavía no se había decantado por una ideología concreta.
Volviendo a la génesis formativa del protagonista de este relato, éste comenzó los estudios en la Facultad de Derecho de la Universidad de la Habana.
Dotado de una poderosa memoria, en una ocasión un profesor lo mandó a llamar al despacho del decano para, en presencia de éste, comunicarle que le suspendía un examen porque se había copiado. Las pruebas aducidas por el docente eran que el joven Fidel había contestado un tema calcándolo del libro hasta en las comas. El acusado negó los hechos y, para demostrar que tenía razón, recitó el mismo tema del examen de memoria con todos sus puntos y sus comas, dejando estupefactos a sus oyentes y no dejando más alternativa al profesor que calificar el examen con la máxima puntuación, después de pedirle disculpas a su alumno completamente turbado por la vergüenza.
Hombre de gran estatura, corpulencia y con un apetito legendario, era aficionado a jugar al baloncesto, perteneciendo al equipo de la universidad. Realizando este deporte conoció a Mirta Díaz Balart, hermana de dos compañeros de equipo e hija de Rafael J. Díaz Balart, héroe de la independencia, ex asesor jurídico de la United Fruit y alcalde de Banes. Fidel y Mirta se hicieron novios.
FALLIDA EXPEDICION A SANTO DOMINGO
En Cuba, al igual que en el resto de Sudamérica, residían ciudadanos dominicanos exilados de la tiranía del dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina que, aparte del apoyo de otras dictaduras hispanoamericanas, contaba con la ayuda incondicional del coloso norteamericano, amigo de los regímenes totalitarios que impedían la democracia y con ello, la presunta expansión del comunismo en sus países, por lo que había equipado a su ejército como el mejor de todo el Caribe.
Trujillo vivía rodeado de lujos, como corresponde a todo dictador que se precie, cercado de sus más de cuarenta hijos entre naturales y legítimos, siendo su favorito uno de nombre Ramfis Trujillo, destinado a ser su descendiente cuando el divino hacedor lo llamara a su presencia. En el colmo de la ridiculez, el dictador había hecho general a su hijo con sólo doce años.
Por supuesto, este régimen autoritario para la mayoría de dominicanos, tenía sus grupos sociales de afectos que, si no vivían tan bien como Trujillo, medraban a su sombra, como ocurre con todos los dictadores. Se me olvidaba decir que Rafael Leonidas Trujillo era íntimo amigo de Francisco Franco, otro protagonista de las desdichas de aquellos años, que nos tocaba más de cerca. Para admirar las fisonomías de tan insignes gobernantes, se adjunta al final de este capítulo una ilustración en la que se pueden observar a ambos personajes departiendo amigablemente.
Esta situación en Santo Domingo, donde unos pocos tenían de todo, mientras que a la mayoría le faltaba lo más elemental, dio lugar a varias revueltas sociales, algunas lideradas por Mauricio Báez, que se tuvo que exilar en Cuba, donde el gobierno del presidente Ramón Grau San Martín le concedió asilo político.
Mauricio Báez quería organizar una expedición a Santo Domingo para derrocar a Trujillo, por lo que comenzó a movilizar a dominicanos exilados y a cubanos que los quisieran ayudar. Fidel Castro, que cursaba tercer año de la carrera de Derecho, había sido nombrado presidente del Comité Universitario de Apoyo a la Libertad Dominicana, por lo que se unió al grupo de disidentes, al igual que algunos otros estudiantes cubanos. Los efectivos llegaron a la cifra de mil doscientos integrantes que comenzaron a entrenarse en la cala de Cayo Confites, el punto cubano más próximo a la República Dominicana. El espíritu disciplinado y militar de Fidel Castro hizo que los jefes de la expedición lo nombraran “teniente”.
La preparación de la expedición era “voz populi” ya que contaban con la licencia del gobierno cubano, pero llegó a oídos del general Marshall (el del plan de ayuda a Europa), quien, en defensa de su aliado, dio instrucciones al embajador norteamericano en Cuba, Mr. Norweb, para que presionara al presidente Grau con el propósito de que abortara la expedición, pero el dirigente cubano se negó a llevar a efecto lo solicitado.
Entonces, la Secretaría de Estado, invitó a Washington al general Genovevo Pérez Damera, jefe del Estado Mayor del ejército cubano, el cual permaneció en la capital estadounidense los días 15 y 16 de septiembre de 1947.
La expedición se hizo a la mar el 17 del mismo mes, pero fue abortada por la Marina cubana, cuyos barcos interceptaron a los rebeldes y los hizo volver. Fidel Castro, como desconocía quienes habían mandado a parar al vapor, se tiró al mar, infectado de tiburones y logró alcanzar la costa a nado.
Se dijo después que Rafael Leónidas Trujillo fue muy generoso con el general Genovevo Pérez.
Pero como la venganza de los dictadores nunca ceja en su empeño, cierto día, tres hombres visitaron la casa de Mauricio Báez y le dijeron que venían al asunto de la máquina de parte del diputado Enrique Enriquez, cuñado del presidente Prio. Báez Se subió con ellos a un coche y nunca más se le volvió a ver.
Pero en Cuba todo se sabía y, pronto se averiguó, que los individuos que se llevaron a Mauricio eran sicarios del ex parlamentario Eugenio Rodríguez Cartas, el cual tenía simpatías por Trujillo, sobre todo después de que éste lo tratara muy bien durante su exilio en la República Dominicana. También se sabe que el secuestrado fue llevado a la finca del traidor Genovevo Pérez Damera, que ya había sido expulsado del ejército por tomar una iniciativa en contra de la voluntad del Presidente de la República, deteniendo a los expedicionarios dominicanos y, de allí, despegó un avión de su pista de privada que llevó a la tortura y a la muerte a un hombre bueno como era Mauricio Báez. Los que le frecuentaban se preguntaban por qué no opuso resistencia a su detención, pero los que le conocían todavía mejor sabían de su generosidad y entrega por los demás, por lo que no iba a dar lugar a un tiroteo donde pudieran haber muerto inocentes entre los habitantes de la casa.
Estas acciones, que ocurrían en la Perla del Caribe, deben llevar al lector al conocimiento de la corrupción que existía en el país antes de que estallara la revolución que triunfó en 1959, entendiéndose que justifico al Fidel Castro revolucionario que acabó con tanta miseria, pero no apruebo en lo que se convirtió luego, ni a su dictadura vitalicia, que terminó creando otras miserias distintas a las que él suprimió pero, miserias al fin y al cabo, que ha tenido que sufrir el pueblo cubano.
Después de este fracaso, Fidel continuó estudiando y, al final de la carrera, abandona el partido político de la U.I.R., mientras que la violencia se adueñaba de la universidad y surgen los “Tiratiros”, estudiantes armados que se enzarzaban en refriegas dentro del recinto académico o en los aledaños del campus, debido a disputas ideológicas que terminaban siempre con varios estudiantes muertos a balazos. Era otra de las facetas del infortunio de Cuba en aquellos días.
ACCIDENTADO VIAJE A COLOMBIA
En marzo de 1948, Juan Domingo Perón, el jefe del estado de Argentina al que ya me he referido en repetidas ocasiones en este trabajo, político al que su esposa, la inmortal Evita, infundió grandes inquietudes sociales, envió a un encargado para reunir los líderes estudiantiles cubanos (conocidos en toda Hispanoamérica como los más preparados desde el punto de vista democrático) con el propósito de que viajasen a varios países de Hispanoamérica para conocer la situación social que en ellos se vivía y participaran posteriormente en la Novena Conferencia del Congreso Anticolonialista, a celebrar en el mes de mayo de este mismo año en Buenos Aires.
Los jóvenes cubanos aceptados para formar parte de esta comisión, fueron Alfredo Guevara, Enrique Ovares, Rafael del Pino y Fidel Castro.
Este grupo de cuatro becados llegaron a Bogotá, capital de Colombia y, se hospedaron en el hotel Claridge. Allí, los comisionados cubanos se reunieron con estudiantes revolucionarios y miembros de la oposición entre los que sobresalía el líder disidente Jorge Eliecer Gaitán Ayala.
Fidel se asustó de ver la miseria que había en Bogotá, una ciudad con más prostíbulos que escuelas o empresas donde la gente se pudiera ganar la vida honradamente.
El día 8 de abril asistió la representación cubana a un mitin en el teatro Colón, donde tuvieron un encontronazo cuando se les enfrentó un grupo de estudiantes afines al gobierno, que se oponían a la Novena Conferencia que los cubanos venían a presentar. Estos se limitaron a entregar a los asistentes programas informadores, considerados por los gubernamentalistas como subversivos.
Al día siguiente, 9 de abril, fué asesinado a tiros Gaitán Ayala, cuando salía de su bufete a las trece horas. Varias personas del público presente en la calle vieron al asesino, que resultó ser Juan Roa Sierra al que la multitud, reunída al ruido de los disparos y después de conocer la identidad de la víctima, lo lincharon en forma tumultuaria, iniciando una virulenta revuelta contra el gobierno de Alberto Mariano Ospina Pérez que fue conocido con el nombre de “El Bogotazo”.
Pronto se corrió el rumor que los cubanos habían sido los inductores de la rebelión y comenzaron a ser buscados por todas partes por la policía y el ejército. Pero ellos, asustados por el cariz que tomaban los acontecimientos, se refugiaron en su hotel, mientras que en las calles de la capital colombiana parte de la policía, que se había unido a la insurrección, entregaba armas a la gente.
Dijeron que en esta insurrección participaron Fidel Castro y Rafael del Pino, los cuales, armados con rifles automáticos, se presentaron en la oficina de la agencia de noticias United Press Internacional (UPI), para interesarse por el alcance informativo de la revuelta, según afirmó un tal Arístides Orozco, redactor de la agencia de prensa, pero esta noticia era falsa.
La ciudad de Bogotá fue literalmente destruida por los sublevados que se dieron al saqueo y a los incendios. La población ardía por los cuatro costados. Además, para aumentar la devastación, los aviones fieles al gobierno bombardeaban los núcleos rebeldes.
La delegación cubana pasó la noche del día 8 al 9 de abril de 1948 refugiados en su hotel, hasta que lograron comunicación telefónica con la embajada argentina para que enviara un vehículo oficial a recogerlos de su alojamiento. El automóvil recogió a los cuatro cubanos y los llevó a la embajada de Cuba. El 12 de abril de 1947 regresaron a su país de origen, escondidos en un avión de carga que llevaba toros de lidia a la isla caribeña.
En octubre de 1948, Fidel Castro contrajo matrimonio con Mirta Díaz Balart, el cual perduró hasta el año 1954. Como Fidel estaba todavía en el cuarto curso de la carrera, su padre tuvo que mantener al matrimonio que marchó de viaje de luna de miel a los Estados Unidos.
En unas manifestaciones que hace Fidel a su amigo y biógrafo Carlos Franqui, acerca de la impresión que le causó el viaje, ésta fue magnífica, quedando maravillado del espíritu democrático que imperaba en los Estados Unidos, puesto que era un pueblo totalmente contrario a las teorías marxistas, primando el individuo sobre la colectividad y, sin embargo, en una librería de Nueva York se podía comprar libremente textos como El Capital de Carlos Marx e incluso obras de los precursores del marxismo y el anarquismo como lo habían sido Engels, Heguel, Proudhon o Bakunin.
Al cierto tiempo de su vuelta a Cuba, el matrimonio Castro tuvo un hijo, al que pusieron el diminutivo del nombre del padre, Fidelito.
Finalizada su carrera, Fidel abre un bufete en La Habana y se especializó en defender, con bastante éxito, a los aparceros de las arbitrariedades de los terratenientes o de las multinacionales norteamericanas como la United Fruit. Pero los campesinos no tenían dinero para pagar a su asesor jurídico, por lo que Fidel no pudo hacer frente al abono de las deudas y el alquiler del bufete, siendo desahuciado y sus muebles embargados.
En esta época, Fidel Castro se adscribe al Partido Ortodoxo que lideraba el senador Eduardo Chibás.
Este partido se dedica a criticar la corrupción que tolera el presidente de la República, Carlos Prío Socarrás. Castro se infiltró en la finca “La Chata”, propiedad de Prio, fotografiando las instalaciones de lujo que tenía el presidente. A los pocos días apareció en el periódico Alerta estas fotografías que escandalizaron a la sociedad cubana.
ASALTO AL CUARTEL DE MONCADA
El 10 de marzo de 1952 se produce el cuartelazo del coronel Fulgencio Batista y Zaldivar contra el presidente Prío, estableciendo una dictadura militar que acabó con la democracia en Cuba.
Los estudiantes se resisten como pueden al nuevo régimen cubano y, el senador Eduardo Chibás, totalmente decepcionado por el giro a peor que dio la nación, en un alarde de romanticismo tremendista, se suicidó mientras realizaba su habitual sesión de radio en la que denunciaba la corrupción de Cuba desde el punto de vista administrativo y político. Sus palabras fueron “a ver si mi muerte despierta la conciencia de este pueblo”. Sus incondicionales radioescuchas percibieron la detonación del tiro con el que se quitó la vida Eddy Chivás a través de las ondas hertzianas. Fidel Castro asumió entonces la dirección del Partido Ortodoxo Cubano, que se oponía a los desmanes antidemocráticos de Batista.
La oposición de los sectores progresistas cubanos al gobierno de Batista era clara, llegándose a decir que: “Fulgencio Batista era el pasado que se había vuelto presente, mientras que Fidel Castro es el presente que aspiraba a volverse futuro”.
El descontento era tan grande que muchos jóvenes comenzaron a entrenarse en el uso de las armas, seguros como estaban que sólo con ellas en las manos podría ser derrotado el dictador Batista.
De un total de seiscientos jóvenes de su partido, Fidel eligió a los más combativos en un número de ciento veinticinco. De estos, escogió a sus colaboradores inmediatos para que actuaran como jefes de grupo y que eran: Abel Santamaría, José Suárez, Mario Martínez Arará y Renato Guitart.
Con estos prolegómenos, se preparó la primera acción militar de Fidel Castro para desplazar a la dictadura de Batista en una finca de La Habana llamada “Los Palos”. El aprendizaje sobre el manejo de las armas se realizó en el Club de Cazadores y en otros lugares. En estos preparativos lo ayudó su hermano Raúl Castro.
Los expedicionarios se trasladaron a Santiago en automóviles y autobuses, reuniéndose en una granja alquilada en el barrio de Siboney el día 25 de junio de 1953. Allí tenían las armas y los uniformes de color amarillo que usaba el ejército cubano y que utilizarían en el asalto.
El plan subversivo era que el grupo principal de revolucionarios, capitaneado por Fidel y por Abel Santamaría, atacaría al Cuartel de Moncada, considerada la segunda posición militar de la isla de Cuba, mientras que treinta hombres al mando de Martínez Arará, atacaría al cuartel de Bayamo a cien kilómetros de Santiago, puesto militar que guarnecía la carretera que comunicaba a Santiago de Cuba con el resto de la isla, mientras que el comando de Abel Santamaría tomaría el Hospital Militar “Saturnino Lora”. Para ejecutar su proyecto, formarían una caravana de automóviles que aprovecharía la confusión del carnaval santiaguero que se estaba celebrando para introducirse de forma subrepticia en la ciudad. Una vez frente al cuartel, intentarían entrar por una puerta lateral vestidos de sargentos que sembrarían la confusión al gritar la frase: “Den paso al general, den paso al general”. Después se apoderarían de las armas y de una emisora de radio que había en el cuartel, desde la cual incitarían a todos los santiagueros a la rebeldía contra el usurpador Batista.
A la mañana siguiente, el día que yo cumplía mis primeros ciento veintiún días de existencia, se puso en práctica el plan urdido por los revolucionarios, con la entrada en Santiago de la caravana de falsos sargentos, a bordo de automóviles y motocicletas. En la avenida principal de Santiago, denominada avenida Garzón, como estaba previsto, el grupo se dividió en tres, uno bajo el mando de Raúl Castro se dirigió para tomar la Audiencia, otro grupo de veintiún hombres capitaneados por Abel Santamaría marchó al Hospital Militar. El grupo más nutrido, capitaneado por Fidel se encaminó al Cuartel de Moncada.
Algunos conjurados a pie entraron sin previo aviso en el cuartel por la puerta señalada con el número tres, gritando la frase convenida:
-“Paso al general,… paso al general”.
Los dos soldados de guardia en la puerta se vieron sorprendidos y desarmados por los intrusos los cuales, una vez quitada la cadena que cerraba el acceso al cuartel para que entrara el resto de la fuerza invasora en sus automóviles, pasaron al patio del cuartel, buscando afanosamente el lugar en el que suponían se halla situado el cuarto de comunicaciones con la emisora de radio para tomarla.
Mientras tanto, el grupo de Santamaría entró en el Hospital Militar donde, presa del nerviosismo, cometieron la barbaridad de asesinar a soldados convalecientes e indefensos.
En la calle, frente al fuerte y, al ser consciente el jefe de los rebeldes de que estaba aparentemente libre el paso, intentó franquear la puerta e irrumpir con su vehículo dentro del acuartelamiento pero, de repente dos soldados salieron y, al apercibirse de lo que esta pasando, apuntaron sus armas para disparar contra el coche. Para evitarlo, Fidel desvíó su trayectoria e intentó atropellarlos sin éxito, con lo que el coche chocó contra la acera, bloqueó la entrada a los demás vehículos y produjo la alarma dentro del acuartelamiento.
Comienza un tiroteo espantoso y sin cuartel, entre otras razones porque los atacantes y atacados visten los mismos uniformes, por lo que nadie sabe contra quien dispara.
Un sargento “de verdad” llamado Braulio Coroneaux (después este sargento se pasaría a los rebeldes castristas en Sierra Maestra), manejaba una ametralladora pesada con tal maestría que pronto se hizo el amo de la situación.
Los asaltantes sólo tenían pistolas y escopetas, armamento apto para el cuerpo a cuerpo pero, en campo descubierto no les servía para nada porque, los soldados tenían armas pesadas y automáticas, estando además, parapetados tras los muros del cuartel.
Aparte de la cuestión de armamento estaba el problema del número, ya que eran cien asaltantes contra mil soldados. Los sublevados pelearon con rabia y causaron al ejército treinta bajas por diez que recibieron ellos, pero al final, fueron reducidos y hechos prisioneros. Los que pudieron huir, entre ellos Fidel, escaparon a las lomas de la Gran Piedra, donde se escondieron como puedieron.
Mientras tanto, los militares asesinaron a los que se habían rendido y buscaron por la ciudad a los huidos, que no se hubieran puesto a buen recaudo.
Una acción tan decidida como suicida levantó la admiración entre los ciudadanos y todo Santiago se revolvió para conseguir el perdón para los rebeldes que habían escapado.
El Obispo de Santiago, Pérez Serantes, El Rector de la Universidad, Salcines, el Cónsul de España Enrique Cantó y la esposa de Fidel, Mirta Díaz Balart, cuyo padre era ministro de Batista, elevaron un clamor para que los militares dejasen de matar y para que se perdonase la vida a los escapados.
Fidel huyó con su grupo por el monte y entró en comunicación telefónica con el Obispo que les prometió lo siguiente, según sus palabras textuales:
– “Vuestras vidas serán respetadas y yo respondo por ellas con la mía”.
Pero el teléfono estaba intervenido y los soldados oyeron la conversación y el lugar donde Fidel está escondido, por lo que una patrulla al mando del teniente Pedro Sarriá Tartabull sorprendió a los fugitivos durmiendo. Los soldados dan tiros al aire para intimidarlos, pero es el propio teniente el que ordena el alto el fuego con estas palabras:
-“¡No los maten, no los maten!, las ideas no se matan”.
El teniente Sarriá era masón y, por ello, sus principios morales eran filantrópicos, sin que la venganza entrase en su código ético de comportamiento.
Al poco rato llegó por aquel lugar el Obispo Enrique Pérez Serantes.
Los prisioneros fueron obligados a subir a un camión y llevados a la prisión.
Fidel Castro, cuando se refería a los sucesos acontecidos tras el fallido ataque al cuartel de Moncada, siempre restó importancia a la participación del Obispo Pérez Serantes para dársela al teniente Sarriá. Evidentemente, después de la derrota de Batista y asumida por Castro la transformación del estado cubano en una república marxista, llegado el momento de los agradecimientos, una ideología anticlerical no puede admitir que un dirigente de la Iglesia Católica salvara la vida al líder cubano en unos momentos en que ésta estaba en peligro. Este hecho demuestra una vez más que las ideologías siempre hacen que la realidad sea acomodaticia a sus intereses. Pero yo doy testimonio de lo que realmente aconteció, acreditado por mis estudios imparciales de aquellos sucesos, porque mi compromiso es sólo con la verdad.
Al poco tiempo se celebró el proceso judicial contra Fidel Castro. Se le acusó de ser el responsable de todas las muertes ocurridas con motivo de los disturbios que él mismo preconizó. Fidel rechazó ser defendido por un abogado que le pagaba la familia de su mujer y se auto defendió en el proceso con un largo, amplio y brillante discurso, cuyo comienzo quiero plasmar en este momento de mi relato:
“Señores magistrados:
Nunca un abogado ha tenido que ejercer su oficio en tal difíciles condiciones, nunca, contra un acusado, se habían cometido tal cúmulo de abrumadoras irregularidades. Uno y otro son, en este caso, la misma persona. Como abogado no ha podido ver ni tan siquiera el sumario, como acusado, hace hoy setenta y seis días que está encerrado en una celda solitaria, total y absolutamente incomunicado, por encima de todas las prescripciones humanas y legales…”.
La frase final de su discurso, “Condenadme, no me importa, la historia me absolverá”, fue lanzada a los cuatro vientos por las agencias de noticias.
Castro finalizó la fracasada asonada contra Batista con una condena de quince años de prisión a cumplir, primero en la cárcel del Boniato y, finalmente, en el presidio de la isla de Los Pinos, donde se formaría como el gran ideólogo que liderará, cuando llegue el año 1959, todos los movimientos que llevarán a cabo la definitiva caída del dictador Fulgencio Batista.
Pero esa es otra historia que no viene a cuento en estos momentos, lo importante es que coincidiendo con el año cuyo devenir estudio, 1953, Fidel Castro se decantó como la figura única e indiscutible de los movimientos democráticos cubanos, en contra de la dictadura detentada por el guajiro Batista.
Una última reflexión sobre la persona de Fidel Castro, ya instaurada en el gobierno de Cuba, es la de que, en su trayectoria como dirigente, mantiene un cierto paralelismo, guardando las innegables diferencias ideológicas que no étnicas, ya que si uno era hijo de gallego, el otro también procedía de la dulce Suevia, con otro gobernante que nos toca más de cerca, con Franco, por lo siguiente:
Fidel, cuando terminó la pugna con Fulgencio Batista al que expulsó para siempre de Cuba y se instauró como gobernante perpetuo del país caribeño, incurrió en una práctica dictatorial deleznable porque, nada justifica el que un gobernante se eternice en el gobierno de una nación anulando el juego democrático.
Fidel Castro, al igual que Franco, propiciaron con sus respectivas actitudes dictatoriales que sus países fueran bloqueados por terceras naciones supuestamente defensoras de la democracia, acarreando con ello que sus pueblos pasaran penalidades, hambruna y miserias.
Pero este paralelismo lo fue sólo en el resultado final de la falta de praxis democrática, porque es de justicia hacer una rotunda diferenciación entre ambas dictaduras, sin renegar un ápice de su malicia, porque las de izquierdas son más beneficiosas para el estado llano que las de derechas, al servicio estas últimas prioritariamente a los estamentos pudientes. Por ello, la realidad social y educativa alcanzada por el gobierno de Fidel Castro, supera con creces a la existente en toda la América hispano parlante, demostrando los innegables logros del estado creado por Fidel, pero este inteligente gobernante, una vez acabada con la corrupción dictatorial establecida en Cuba hasta su arribada al poder, debería haber instaurado un estado democrático, de manera que los gobiernos estuvieran refrendados por las urnas, pero al final siempre ocurre que la detentación del poder supone para ciertos dirigentes algo tan placentero que sólo dejan de mandar cuando se mueren.
Este gozo fue experimentado por Franco y, lo mismo sucederá con Fidel, incurriendo ambos regímenes en el error de proscribir y perseguir a quienes osaron criticar aquellas sendas quiebras del derecho natural constitucional.
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