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Un 8 de marzo de 1857, tal día como hoy hace 158 años, fue la primera vez en la historia que un grupo de obreras textiles, se atrevió a salir a las calles y recorrer los suburbios ricos de Nueva York, para protestar por las míseras condiciones en las que trabajaban. Su reivindicaciones eran simples y justas, pero su descaro dejó asombrados e indignados a los hombres y preocupados a los empresarios que veían nacer una conflictividad laboral con la que no contaban.
Esta acción primaria provocó distintos movimientos en justa reivindicación de la figura de la mujer, fuera trabajadora o no, en demanda, las primeras, de su equiparación laboral en todos los sentidos con el hombre.
El 5 de marzo de 1908, Nueva York fue escenario de nuevo de otra huelga polémica, por haber sido convocada en justa reivindicación por las mujeres. En aquellos tiempos del comienzo del Siglo XX, todavía se consideraba a la mujer como se pensaba en el Imperio Romano y en la Alta Edad Media, donde se la denominaba como “Imbecilita sexus” (sexo imbécil), siguiendo la opinión del senador romano Consulto Veleyano, que sostuvo que las mujeres eran imbéciles por naturaleza y que por lo tanto, debían ser equiparadas a los niños o a los tarados. El gran filósofo Erasmo de Rotterdam, en su gran obra “Elogio de la locura” (escrita en el año 1509), insertó algún que otro párrafo en el que tampoco dejo muy bien parada a la figura de la mujer, influido, quizá por la machista y sin fundamento idea romana que denostaba y menospreciaba injustamente la figura de la mujer.
El 8 de marzo de 1908, un grupo de mujeres reivindicaba en la fábrica de camisas Sirtwoot Cotton de Nueva York (ilustración que se acompaña), igualdad salarial con los hombres, la disminución de la jornada laboral a 10 horas y un tiempo para poder dar de mamar a sus hijos. El dueño de la empresa mandó cerrar las puertas y hacer un pequeño fuego que levantara mucho humo con la intención de asustarlas y que depusieran su actitud, pero las llamas se extendieron con gran rapidez y no pudieron ser sofocadas. En esa triste jornada, perecieron más de un centenar de mujeres que aparecieron quemadas entre las cenizas de la fábrica.
Este hecho lamentable movió conciencias y fue el primer paso en la reivindicación femenina de igualdad y plenos derechos con el hombre en el trabajo.
En 1910, durante la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Trabajadoras celebrada en Copenhague (Dinamarca) más de 100 mujeres aprobaron declarar el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora, en honor de aquellas que murieron por reivindicar sus derechos.
Dos años más tarde, en plena época de vigencia de la II Internacional Socialista, se convocó en Copenhague una reunión de mujeres de esta ideología, en la que la revolucionaria alemana, Clara Zetkin, propuso celebrar, el 8 de marzo en recuerdo de la muerte de estas trabajadoras y denominarlo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora. En España y en los años comprendidos entre 1920 y 1936, aparecieron las primeras mujeres capaces de ocupar cargos importantes, como fueron María de Maeztu, Rafaela Ortega, Jimena Menéndez, Pilar Madariaga, Carmen Baroja de Caro, Victoria Kent o Concha Espina y otras que también fueron luchadoras a favor de los derechos en general de la mujer en nuestro país.
El año 1977, las Naciones Unidas declararon el 8 de marzo como el Día, Internacional de la Mujer. El color lila con que se identifica este día es porque de ese tono era el tejido que estaban confeccionando las obreras el día en que fallecieron. Por ello, esta jornada no debe ser tomado como una fiesta lúdica sino por una conmemoración que recuerde la muerte de muchas mujeres por reivindicar su derecho a ser valoradas. Este suceso dio pie a las mujeres a tomar iniciativas para ser tratadas con el respeto que se merecen todos los seres humanos, alcanzando las cotas de total igualdad que poseen, al menos en los países democráticos.
Manuel Dóniz García
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