Publicado en la revista “Resonancia” del Hospital Universitario de Canarias en el mes de octubre de 2000
Un mortífero brote de cólera en España a mediados del siglo XIX, puso de manifiesto que la única manera de combatir la enfermedad era prevenir su contagio, hasta que Jaime Ferrán y Clúa descubrió la vacuna contra ésta patología para toda la humanidad.
El cólera es una enfermedad endémica de las regiones del sudeste asiático y su expansión al resto del planeta se debió originariamente por las peregrinaciones a La Meca de los musulmanes de todo el orbe, así como el contagio producido por los soldados británicos de guarnición en la India a su regreso a Europa. En materia de prevención de enfermedades ya existía una vacuna obtenida en Inglaterra por Sir Edward Gener en 1796, quien extrajo linfa de una vaquera inglesa infectada de viruela de las vacas, inyectándolo a un niño para preservarlo de la mortífera enfermedad. Así los específicos que inmunizaban a las personas contra las enfermedades comenzaron a llamarse “vacunas”, porque la primera procedía de las vacas. Un médico español, ante el agravamiento de una epidemia de cólera en Valencia en el año 1885, se dispuso a combatirla con lo que sería la vacunación a partir de gérmenes vivos. Este médico era Don Jaime Ferrán y Clúa, nacido en Tarragona en 1852 y conocedor de la obra de Jenner. Ferrán comprobó que, inyectando subcutáneamente una cantidad pequeña de gérmenes de cólera vivos, producían en el paciente una enfermedad atenuada que lo inmunizaba de esa dolencia en el futuro. Este descubrimiento fue comunicado a la Academia de Ciencias de París el 13 de marzo de 1885. La mortalidad producida en Valencia por el cólera era tan alarmante que el gobierno comisiono a Ferrán para que iniciara una vacunación en masa. Pero pronto se suscitó una polémica entre partidarios de la vacuna de Ferrán y sus detractores. Estos últimos alegaban que la vacuna de Ferrán iniciaba la enfermedad en lugar de prevenirla. Esta polémica, nacida con toda probabilidad más por celos profesionales que por otra causa, hicieron que el gobierno de Madrid nombrara una comisión que estudió el resultado de las vacunaciones, pudiendo comprobar que Ferrán tenía razón. Sin embargo, ocurrió un hecho lamentable, al vacunar a unas monjas de un asilo que ya estaban contagiadas de la enfermedad, en este caso, el tratamiento prescito precipitó la muerte de las religiosas. Este desgraciado suceso fue orquestado por los “antiferranistas”, logrando que el gobierno prohibiera que se vacunasen a más personas. Posteriormente se le nombro director del Laboratorio Microbiológico de Barcelona, pero fue destituido al tiempo gracias a la labor de zapa de sus envidiosos enemigos ante las autoridades sanitarias de Madrid. La expectación internacional que levantó la vacunación de Ferrán, hizo que diversas comisiones extranjeras visitaran Valencia para conocer “in situ” los avances del médico español. Estas comisiones emitieron dictámenes de los cuales, unos fueron favorables a su descubrimiento y otros no. En 1892, Wasserman y otros anunciaron al mundo el descubrimiento de la vacuna contra el cólera. Todos conocían la obra de Ferrán, pero silenciaron su nombre, dando a conocer como propio un descubrimiento que habían plagiado al médico español. Pero tanta inquina y envidia contra Ferrán tuvo su final cuando, en 1907, la Academia de Ciencias de Paris le concedió el premio Bréant, siendo elogiados internacionalmente sus descubrimientos.
Como epílogo a este relato hay que decir que el cólera puede prevenirse hoy mediante eficaces vacunas de última generación, pero todavía la ciencia no ha descubierto remedio alguno contra la envidia, enfermedad que suele infectar a los mediocres.
Manuel Dóniz García.
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