Publicada en la revista “Resonancia” del Hospital Universitario de Canarias de agosto de 2000
La Historia de la Medicina está repleta de sucesos tan interesantes como transcendentes en la historia de la humanidad. En este caso, dedicamos la atención al descubrimiento de la insulina, una hormona fundamental que permitió salvar la vida a enfermos desahuciados antes de este descubrimiento.
En julio de 1921, la opinión pública española estaba conmocionada por el Desastre del Annual, una tragedia más de las muchas ocurridas en la llamada Guerra de África. Esta derrota de los españoles se saldó con la espeluznante cifra de 14000 soldados muertos. La responsabilidad de este desastre frente a unos desharrapados habitantes de las montañas del Norte de Marruecos, los rifeños, acaudillados por su cabecilla Ab del Krim, se atribuyó a la impericia del general Fernández Silvestre al que no se le puede hace imputación alguna porque formó parte de las bajas. Sin embargo, mientras que en aquellas fechas toda España se siente consternada por aquellos luctuosos sucesos, en otra parte del mundo, en Canadá, desde la Universidad de Toronto, en aquel verano de 1921, un 27 de julio, salta a las publicaciones científicas, la noticia de que ha sido obtenida físicamente, por primera vez, una hormona fundamental para la vida, la insulina. El evento científico tuvo lugar en un laboratorio, cuyo titular era un fisiólogo inglés John Macleod, que cedió parte de él al obtentor primigenio de la insulina, el médico fisiólogo de 30 años de edad Frederick Grant Banting.
Este médico formó parte del ejército británico en la I Guerra Mundial como capitán médico, ejerciendo sus funciones sanitarias en el frente de Francia. En esa época Canadá pertenecía aún al Imperio Británico.
La obtención de la insulina se realizó sobre tejido pancreático de perro, sindo ayudane de Banting un estudiante de medicina de 22 años llamado Charles Herbert Best.
Macleod, el director del laboratorio donde se había llevado a cabo el descubrimiento, aunque no había participado directamente en la obtención de la insulina, se asoció con un bioquímico llamado James Bertram Collipy lograron insulina con suficiente pureza para inyectarla en seres humanos. Por esa magnífica contribución a la ciencia que ha permitido la salvación de millones de seres humanos, el Tribunal sueco que otorga los Premios Nobel, concedió en 1923 a Frederick Grant Banting y John Macleod el premio compartido en fisiología y medicina, produciéndose un suceso sin parangón en la historia de los premios. Banting solicitó al tribunal de los Nobel que reconsiderara su decisión puesto que Macleod no tuvo nada que ver con el descubrimiento galardonado y no era acreedor por ello al premio, correspondiéndole este honor a su compañero Charles H. Best que si colaboró en él. Pero los miembros del tribunal, sorprendidos por la propuesta insólita del científico, no rectificaron su decisión por lo que Banting, enfadado, compartió la mitad de su premio con su colega Best. Macleod, el que, al parecer, no se había hecho acreedor al premio, por no ser menos, también compartió su ,mitad del premio con su compañero de trabajo Colip. Al final de nuestra historia, se ha podido comprobar que los propios protagonistas de este logo científico, restaron importancia a la gran contribución que habían hecho entre todos a la humanidad, para discutir el merecimiento o no de un premio. Al final, la fatuidad de algunos seres humanos es tan poderosa que hace prevalecer los sentimientos de vanidad sobre la magnitud de algunos logros científicos, que dejan pronto de pertenecer a sus descubridores para ser patrimonio de toda la humanidad.
Manuel Dóniz García
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