ATENTADOS CONTRA LA VIRGEN SALVAJE EN ZIMBABUE

          Procedentes de varios países, con poder adquisitivo para ello y desprovistos de la más elemental sensibilidad o amor por la naturaleza, existen sujetos que pagan miles de dólares para acudir a este país de África del Sur con la perversa finalidad de abatir animales de gran belleza como leones, leopardos y otras especies salvajes, con la lúgubre intención de llevarse a sus casas sus cabezas disecadas que exhibirán haciendo alarde de su supuesta valentía ante las fieras, exhibiéndolas como tétrico galardón de su depredación. Este asunto se ha suscitado recientemente por haber saltado a los medios de comunicación la muerte del espléndido león conocido como Cecil en los bosques protegidos de Zimbabue.  Se trataba de un vertebrado de gran popularidad en el país y, en principio, su muerte se atribuyó a un español por lo que, muchos nos hemos acordado de un conocido conciudadano experto en matar elefantes, pero finalmente se ha identificado al autor del delito cinegético, un dentista norteamericano de nombre Walter Palmer, el cual pagó más de cincuenta mil dólares por el discutible placer de abatir al ser indefenso, acosándolo primero para sacarlo de su hábitat protegido obviando la ley que prohibía su caza, para asesinarlo después impunemente, con arco olímpico y flechas. Desde que este execrable asunto se hizo público, las autoridades de Zimbabue, han pedido la extradición del conspicuo depredador y, como consecuencia de esta petición, más de ciento cuarenta mil estadounidenses, han apoyado esa petición para que Palmer sea castigado en el país donde cometió su fechoría.

Esta atrocidad contra de la vida salvaje, ha producido que de inmediato, las más importantes aerolíneas estadounidenses, hayan prohibido transportar despojos de caza.

La muerte violenta de este bello ejemplar a manos de patéticos buscadores de trofeos, ha puesto en entredicho el negocio de la caza de fauna salvaje en el Sur de África, la cual se practica en la nombrada nación africana desde tiempos de la llegada de los primeros colonos en el Siglo XIX, cuando se llamaba Rhodesia. Esta deplorable práctica supone una exigua fuente de financiación para el país que permite que lo estafen porque, aparte de que acaban con su fauna,  los que más se lucran son las empresas organizadoras de safaris como son African Sky Hunting, Georgia Safaris, entre otras.

En otros lugares como Sudáfrica también se permiten las actividades cinegéticas, pero están mucho más controladas, por lo que los cazadores prefieren la selva zimbabuense de normativa más relaxa pero, la muerte de Cecil en tan tristes circunstancias hará que este país restrinja en el futuro este cruel divertimento, por lo que, tal vez la muerte de Cecil, no habrá sido en vano.

De toda esta sinrazón contra la vida animal salvaje, solo se puede ver algo de luz en la denuncia de Theo Bronkhorst, el batidor que colaboró con Walter Palmer para que cobrara la cabeza de Cecil,  dolido porque éste realizó prácticas prohibidas persiguiendo al animal para que saliera del parque y, entonces, poderlo cobrar sin miedo a sanciones gubernamentales. Pero este no ha sido un acto aislado, ni mucho menos ya que, lo habitual entre el colectivo de aficionados a los trofeos de animales africanos que visita el país, es utilizar triquiñuelas ilegales para conseguir su objetivo, tales como atraer a los animales con cebos o mover el animal muerto para evitar incumplir cuotas y otras ilegalidades afines.

Como lamenta el periódico local Sunday Mail, “La caza es una actividad económica que genera millones para gente de la que no sabemos nada y sólo oímos hablar de esos millones cuando bellos animales como Cecil son muertos”. Esperemos que la ola internacional de protestas acaben de una vez para siempre con este lúgubre negocio.

Por otro lado, los zimbabuenses protestan porque se ha hecho público la desgraciada muerte de un león, pero nadie se hace eco de la dictadura del presidente Robert Mugave, culpable, aparte de sanciones internacionales por sus estragos, de la inflación que asola el país.

Como epílogo feliz de esta triste historia, diremos que, afortunadamente, el resto de la manada de Cecil, esto es, dos hembras y varios de sus hijos están bajo vigilancia constante no sólo para impedir que otros macho maten las crías, sino para evitar la acción de furtivos. La genética de un animal tan bello y famoso, merece la pena ser protegida.

 

Manuel Dóniz García

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