ES MOMENTO DE QUE LA CIENCIA DE LA HISTORIA DESMITIFIQUE LA PERSONALIIDAD DE LOS ALZADOS CONTRA LA II REPUBLICA, A LA LUZ DE LA VERDAD
En estos días se han hecho públicas unas desafortunadas manifestaciones del Ministro del Interior en funciones, Sr Jorge Fernández, con motivo de la presunta exhumación de los restos de dos generales del antiguo régimen en Pamplona: hay algunos que pretenden ganar la Guerra Civil 40 años o no sé cuantos, después de haber terminado….Las guerras civiles son eventos espantosos y, como mínimo, resulta de muy mal gusto hacer referencia a ellas, sobre todo cuando el que habla es un Ministro del Reino, obviando la Ley (52/2007 de 26 de diciembre), de Memoria Histórica, que restringe tales actitudes.
En estos momentos en que algunos autores (Pio Moa y otros), intentan descafeinar lo que realmente ocurrió en aquellas tremendas jornadas, la Ciencia de la Historia, notaria pública de lo que realmente aconteció, debe hablar sin ambages de los actos públicos de ciertos personajes con responsabilidades históricas (meros seres humanos al fin y a la postre), pero sumamente dañinos para sus contemporáneos. Comencemos por los tres más importantes:
Juan March fue el que empezó todo. Enemigo implacable de la II República, banquero multimillonario, exilado en Francia y cabeza visible de un gran número de aristócratas, terratenientes y caciques que querían eliminarla, porque era una amenaza para sus intereses. El mismo March había sido perseguido y confinado, escapándose de la prisión mediante soborno a su carcelero. Aprovechó la alarma que supuso para sus enemigos la unión de los partidos de izquierda en el Frente Popular, que ganaron las elecciones de 16 de febrero de 1936 y el descontento de los militares con las reformas de Azaña, para fomentar un levantamiento.
Se sabía que éstos ambicionaban la ruptura de la legalidad republicana puesto que, el general Sanjurjo se sublevó en el año 1932, siendo frustrado su intento, lo que acarreó su exilio en Portugal.
Emilio Mola Vidal fue otro militar prestigioso, expulsado del ejército por participar en la sanjurjada aunque amnistiado dos años después (en ese tiempo se dedicó a fabricar juguetes para sobrevivir). Según afirma el militar e historiador Gabriel Cardona, Juan March contactó con Emilio Mola, el líder más significado de los militares al que llamaban “El Director”, para ofrecerse como financiero del golpe de estado que se barruntaba. Mola le exigió dos depósitos de quinientas mil pesetas (en la actualidad, más de 2 millones de euros) a su nombre y al de Franco en el Banco Nacional de París, para sublevar al ejército, como garantía de supervivencia de ambos en el exilio, si el alzamiento fracasaba. Según cuenta el prestigioso autor, sus palabras literales fueron: Yo por La Patria doy hasta la vida, pero no los garbanzos… Estos datos y la noticia (conocida por los historiadores), que se ha hecho pública recientemente, acerca del amplio número de generales de Franco sobornados por Gran Bretaña (con la mediación de March), para impedir la entrada de España en la II Guerra Mundial, al lado de la Alemania de Hitler, testimonian la falta de moral de buena parte de los que coadyuvaron a la sangrienta ultimación de la II República.
Por otro lado Franco, fue descrito por su biógrafo Paul Preston como una persona acomplejada y rencorosa. La culpa de esa forma de ser la tuvieron sus limitaciones y las frustraciones que padeció desde la niñez. De 1,62 metros de estatura y voz atiplada, se le negó la entrada en la carrera naval en 1910 por su escueta fisonomía, lo que le llevó a la Academia Militar de Toledo, donde obtuvo siempre muy bajas calificaciones. El general Vicente Rojo, fiel al gobierno legítimo de la II República, contaba que, cuando Franco daba órdenes a sus compañeros con su afinada voz, se reunían alumnos de otros cursos en las inmediaciones para burlarse de él.
En su tiempo, ser masón prestigiaba socialmente. Todo militar, abogado, juez o ministro que se preciara era masón y Franco también quiso serlo. Cuenta el profesor Ferrer Benimeli que, en 1923, siendo teniente coronel, intentó ingresar en la Logia Lukus de Larache, formada principalmente por militares, pero no lo dejaron entrar. En 1932 lo volvió a intentar otra vez en Madrid, pero varios altos oficiales, entre ellos su hermano Ramón, se lo impidieron. En estos hechos radicó su obsesión enfermiza por los masones, lo que le llevó a decretar la Ley de 1 de marzo de 1940 sobre represión de la masonería, que supuso la ejecución de miles de ellos.
Como jefe militar, siempre utilizó tácticas bélicas inadecuadas, lo que redundaba en el incremento de bajas. De extrema dureza con el soldado, nunca se preocupó que éste tuviera sus necesidades cubiertas. En la Batalla del Ebro, al final de la Guerra Civil, en el frente de Gandesa (Tarragona), los soldados se morían de sed porque la Intendencia no les llevaba agua para beber. Esto a Franco le importaba un ardite. Era partidario de los enfrentamientos directos con el enemigo, despreciando otras estrategias militares más inteligentes, lo que aumentaba inútilmente el número de bajas.
No cabe duda que Franco tenía “baraka” (suerte), como decían los regulares moros porque el jefe indiscutible de la sublevación, General Sanjurjo falleció en el aeropuerto de Cascais (Estoril, Portugal), dos días después del levantamiento en un accidente aéreo. El cruel general Emilio Mola (a pesar de que era republicano y socialista), también falleció en otro accidente de aviación (el 3 de junio de 1937), lo que le llevó directamente a la jefatura del estado que él creó a su conveniencia.
Finalmente debemos preguntarnos, ¿para qué murieron tantas personas en la guerra civil, postguerra y en prisión? ¿Para qué tanto dolor, represalias y exilio? Fue para que los españoles vivieran mejor, no. Fue para eliminar las injusticias sociales, no, simplemente sirvió para eliminar la II República y a sus partidarios, los “rojos” y entronizar vitaliciamente al dictador Franco.
Manuel Dóniz
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