El 27 de diciembre de 1981 zarpó Darwin a bordo del velero Beagle desde el puerto de Plymouth con el propósito de dar la vuelta al mundo, visitando lugares prefijados por otros viajeros para poder experimentar sobre la evolución de las especies singulares de cada lugar que visitase, empezando por nuestra querida isla de Tenerife .
Darwin no estaba acostumbrado a navegar, y por ello se mareaba más que un pato borracho, vomitando en el acto cuantos alimentos deglutiera, por lo que el hombre lo pasaba realmente mal, pero así eran los científicos del XIX , nada los arredraba con tal de alcanzar el éxito en sus trabajos de campo previstos.
Darwin venía a Tenerife muy ilusionado, para ello había aprendido español y conocía el trabajo publicado en 1779 por Von Humbold, Narración personal, que había visitado Tenerife y había glosado en él sobre su naturaleza y paisajes paradisiacos hasta el punto de que sembró la curiosidad en los círculos científicos europeos, estimulando a muchos estudiosos a visitar la isla y el Archipiélago Canario. Charles Darwin fue uno de ellos que llegó a afirmar que hablaba, pensaba y soñaba con ir a Tenerife, llegando a decir: “Espero que nadie me impedirá visitar el árbol del Gran Dragón” (se refería al drago de Icod de los Vinos).
El día 6 de enero de 1831, el Beagle ya surcaba las plácidas aguas de la bahía santacrucera, rumbo al cercano puerto donde iba a recalar.
Pero de pronto una barca de vela se aproximó y un hombre subió a bordo, informando al capitán del navío que debía guardar una cuarentena de al menos 12 días fuera de la rada del puerto. La causa de aquella decisión de las autoridades sanitarias eran los rumores que corrían de que en Inglaterra, se había desatado una epidemia de cólera morbo asiática y la población tenía miedo de que la enfermedad entrase por los muelles, esta era la causa por la que obligaban a todos los barcos procedentes de Gran Bretaña a guardar cuarentena antes de que nadie bajase a puerto. Realmente los tinerfeños estaban hartos de que les llegasen epidemias por el mar, como una reciente de fiebre amarilla llegada desde el puerto de Cádiz que había causado una gran mortandad y que dio, lugar a que las autoridades de La Laguna y del resto de la isla, establecieran un cordón policial sanitario a la altura de La Cuesta para no dejar entrar o salir a nadie de la ciudad de Santa Cruz.
La decepción cundió en el barco en cuando pasaron escasos días de la cuarentena impuesta. Darwin se pasaba todo el día mirando desde la borda la magnificencia del pico de Teide con su níveo manto de nieve, parecía un ente de otro planeta y se le oía maldecir por lo bajo por no poder bajar a tierra. Una mañana, el capitán del Beagle, Mr Fritzroy se levanto enfadado por la situación y dijo: “Arriba el foque, no nos queda más remedio que dejar este lugar de ensueño por el que tanto hemos suspirado”. De inmediato en barco enfiló su proa rumbo a las islas de Cabo Verde, al sur de las Canarias, para no retornar nunca más. Cuentan las leyendas de a bordo que Darwin se retiró llorando a su camarote para no ver desaparecer en la lejanía la fantástica montaña del Teide, única en el mundo entero. Después de este lamentable episodio que ocurría en la época en la que, todos los puertos del mundo, cuando se sospechaba de un navío que portaba alguna infección. El barco de Darwin realizó un viaje que dio la vuelta al mundo, empleando para ello cinco años. Espero que mi relato haya sido satisfactorio para ti, amigo Basilio y para todo aquel que le apetezca leerlo. Saludos para todos.
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